El Hambre es un Crimen

 

 

Desde el punto de vista biológico,  un niño, una niña es el ser vivo con mayor capacidad de aprendizaje sobre el planeta. Desde el plano psicológico cada persona se aprende  desde su infancia para siempre, lo que implica que todos los beneficios y los daños ocurridos en los primeros años tiene efectos perdurables durante toda la vida.
De ahí que todo aquello que una sociedad haga por el bienestar de sus niños/as pueda ser considerado como una verdadera inversión, en términos de condición humana.
Sin embargo, son pocos los que logran comprender que la infancia que se pierde no se puede reponer ni material, ni psicológica ni culturalmente.
En nuestro país, los datos estadísticos muchas veces son más importantes que el debate de ideas, resultan más creíbles las curvas ascendentes y descendentes que los análisis donde se explica cómo se  construyeron esas variables, desde que recorte de la realidad se partió para ser contabilizado, comparado, equilibrado.
Algunas personas todavía creen que todo se puede representar en diagramas, pero, a  pesar de los esfuerzos científicos, todavía no se puede plasmar en coordenadas el color del hambre, del abandono, del frío que se cuela en las casillas de plástico y cartón, ni la mirada del pibe  que espera le compremos el diario, sentado  a las seis de la mañana,   bajo las luminarias de la rotonda que no pueden protegerlo de la terrible helada  valletana.
Existe una infancia que no entra en ningún muestreo, siempre y cuando, por supuesto,  no cometa algún delito o se disuelva las neuronas con pegamento o paco, a lo sumo son parte del folcklore popular,  se los reconoce como “los chicos de la calle”, hijos de nadie, como si la calle hubiese podido parirlos por un prodigio de la naturaleza, de hecho, si esto fuese  posible, resultaría una bendición para estos niños y niñas porque ,al menos, entrarían en el libro  Guinness de los Records y no en las redes de prostitución, de trata de personas o en los reformatorios.
Ahora bien, si recuperamos las estadísticas, tal vez podamos leer entre líneas algunos indicadores que permitan comprender cómo, a pesar del aumento de los índices de crecimiento, y la baja a un dígito de la desocupación, todavía el hambre y sus secuelas se lleve la vida y los sueños de los chicos “recién acabaditos de nacer”.
Un informe realizado por la Confederación de Trabajadores/as de Argentina –CTA-, firmado por Claudio Lozano y Tomás Raffo, analiza dos aspectos sobre la situación laboral, que deben tenerse en cuenta:  la tasa de desocupación oficial del 8,7% incorpora como ocupados a beneficiarios de planes sociales y  la tasa de subocupación sigue en los dos dígitos -10, 8% o sea que hay 1.795.372 “ocupados” que trabajan menos de seis horas semanales.   Hablando en criollo, existen miles de familias que sobreviven con salarios inferiores a los 300 $ mensuales, ¿quién puede alimentar a un niño o niña con estas migajas, los 30 días del mes?, ¿Hace falta la respuesta?
Haciendo esta lectura, se pueden  repensar los últimos datos de INDEC, en los que se registra que el 70% de la población total del país menor de 18 años, o sea nueve millones y medio de niños, se encuentran viviendo en la pobreza, esto significa literalmente que la mitad ya casi no come. Decenas de niñas y niños -menores de 5 años- mueren por causa de la pobreza. Cuando hablamos de mortandad infantil no solamente debemos incluir a los niños que se lleva la muerte sino también a los que dañados -para siempre- física, intelectual y emocionalmente quedan excluidos socialmente a causa del hambre.
En Río Negro, la problemática de la infancia y la adolescencia es grave, miles de niñas/os de 4 años están fuera del sistema educativo, no existen las garantías mínimas de atención para casos de desnutrición, los hospitales desbordan de pacientes, con profesionales que luchan con más voluntad que insumos básicos e infraestructura, lo mismo sucede en  escuelas, jardines, CDI, donde los chicos van a buscar más que conocimientos , el pan que les permita aguantar un día más y los docentes no saben como hacer para restañar las heridas del abuso y la violencia que vienen ocultas bajo los guardapolvos y las vergüenzas, mientras ven como hay una nueva silla vacía, lo que significa que otro de sus estudiantes no volverá, o que pronto nacerá otra niña-madre, o tal vez, y con suerte, lo vea trabajando colgado de los manzanos, mientras la adolescencia se le esfuma como el aleteo de un gorrión.
Pero, a pesar de los pesares, también hay espacios para construir libertades y pensar otros mundos posibles, y paradójicamente también lo van construyendo los pibes que traen de la mano a sus educadores y recorren kilómetros desde Misiones a Plaza de Mayo,  para denunciar que “El Hambre es un Crimen”, formando una caravana multicolor, donde el pan se comparte y se cosechan fortalezas para seguir creyendo que se puede cambiar este sistema.
La Marcha Nacional de los Chicos del Pueblo, volvió a retumbar en las calles, y sus ecos se multiplicaron en nuestro sur a través de las radios, los correos, y el trabajo en las aulas que seguirá durante todo el año, porque  cientos de trabajadores y trabajadores de la educación se hicieron portavoces y protagonistas  de un reclamo que supera especulaciones y fugases promesas electoralistas.
No puede ser de otro modo, porque así como dentro del espacio escolar se visibiliza con claridad  las consecuencias de la exclusión, también se puede trabajar pensando  en construir  un proyecto social, que se plasme desde lo curricular, como espacio para el pensamiento, como acto de resistencia, es decir, enseñar y aprender a partir de un proyecto ético, político y cultural, convertido en praxis,  contra la exclusión, sustentado en  valores de igualdad y solidaridad, con una mirada crítica que permita reconocer el presente para transformar el futuro.
Durante los últimos 33 años, la UnTER ha planteado como premisa la defensa irrestricta de la Escuela Pública, este objetivo va más allá que la lucha por el salario,  también involucra  la disputa cultural por la democratización de los conocimientos y la exigencia a los gobernantes de que garanticen a cada estudiante el ingreso, permanencia y egreso del sistema educativo, una realidad que hoy no existe en la provincia, donde el desgranamiento entre los primeros años de escuela primaria y lo últimos de secundaria ronda, en promedio,  el 40%.
 La lucha por una justa distribución de la riqueza es también la lucha por la democratización de los conocimientos, de eso se habla cuando se habla del derecho social a la educación, porque también es defender el derecho a la vida y la dignidad de cada niño, niña y adolescente, de otra manera es impensable un país, una provincia mejor.  Tal como expresan lo Alberto Morlachetti:”  una sociedad que condena a sus niños/as a las mínimas posibilidades de desarrollo es una sociedad que se condena a sí misma”.  Por consiguiente, una provincia, sin un proyecto específico para la infancia se transforma en sentido estricto, en una provincia sin proyecto de futuro.  
 
                             General Roca, Fiske Menuco, 18 de mayo de 2007


María Inés Hernández, Vocal
Carlos Tolosa, Secretario General


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