La necesidad de romper con un "colonialismo simpático"

 

 

Por Eduardo Gudynas

Publicado en Rebelión

Una de las cuestiones más llamativas en las críticas al capitalismo que se hacen desde América Latina son las repetidas invocaciones al geógrafo inglés David Harvey. Las citas a su idea de “acumulación por desposesión” se repiten en centenas de textos académicos que publican latinoamericanos, y el propio autor ha sido invitado por los gobiernos progresistas de Ecuador y Bolivia.

Recordemos que Harvey propone la idea de “acumulación por desposesión” para reemplazar el concepto de “acumulación originaria” (o “primitiva”) propio de Karl Marx. Se refiere a procesos como la mercantilización de la tierra, expulsión de campesinos, la transformación del trabajo en mercancía, el colonialismo u otros aspectos de la financiarización de las economías.

Son ideas atractivas que, sin entrar en detalles, muchos compartiríamos, y que en parte explican esa avalancha de citas. Pero más allá de eso quisiera explorar otras aristas de esta “moda Harvey” especialmente en América del Sur, y del hecho que los gobiernos progresistas de Rafael Correa y Evo Morales lo inviten y se apoyen en sus conceptos para reforzar sus imágenes de radicalidad. Me preocupan dos cuestiones.

La primera, es que esa “moda” deja de lado la rica historia de reflexiones latinoamericanas para volver a dejarnos en manos de pensamientos norteños. La segunda es que si bien pueden compartirse críticas como las de Harvey, de todos modos son insuficientes para la realidad latinoamericana. Y es precisamente por ser incompletas es que los gobiernos progresistas lo citan y lo invitan.

Una moda

Me explico, comenzando por el primer punto. El problema de la acumulación por desposesión que popularizó Harvey, como apropiación capitalista de recursos naturales o del trabajo, en sus ideas básicas no es una novedad. En América Latina tenemos una larga y triste historia de la apropiación masiva de nuestros recursos o la desposesión de indígenas y campesinos para nutrir a corporaciones y gobiernos en otros continentes. También contamos con muchos pensadores, militantes y académicos, quienes, cada uno a su manera, en por lo menos el último siglo, han sostenido esencialmente esas ideas. Tan sólo como ejemplo, vienen a mi memoria rápidamente, las reflexiones que varias décadas atrás lanzaron Mario Arrubla en Colombia, René Zavaleta Mercado en Bolivia, Ruy Mauro Marini desde Brasil o Fernando Velasco Abad desde Ecuador. Independientemente de las posiciones que se puedan tener hoy ante esos y otros autores, mi punto es que hay una riquísima biblioteca de latinoamericanos que una y otra vez es desatendida.

Todo esto lleva a señalar que, más allá de acordar o discrepar con aspectos puntuales de la tesis de la acumulación por desposesión, por momentos parecería que esta moda sería un nuevo síntoma de colonialismo intelectual, donde muchos prefieren citar a un autor inglés, dejando de lado la recuperación de nuestros antecedentes latinoamericanos. Tampoco puedo descartar que eso tenga que ver con la manía académica asimilada en América Latina de citar textos en inglés o publicaciones de journals del norte, como demostración de pericia científica.

No estamos frente a un problema con Harvey, sino ante una limitación en nosotros mismos, latinoamericanos. Es un colonialismo simpático. Es simpático porque es atractiva la idea de una crítica al capitalismo global, pero esos mismo hace que pase desapercibido que hay un cierto colonialismo ya que de todos modos nos inspiramos, copiamos, repetimos o necesitamos la legitimación que irradia ese “norte”.

Cuatro insuficiencias

Mi segundo punto sí tiene que ver con los énfasis en los análisis de Harvey. Insisto en que muchas de sus tesis son compartibles al ofrecer un valioso instrumental para entender el capitalismo global. Pero la cuestión clave que se debe considerar es si esos aportes son suficientes para entender lo que sucede en América Latina, en nuestro continente, y en este preciso momento, a inicios del siglo XXI. Encuentro aquí cuatro limitaciones importantes.

La primera es que los abordajes del geógrafo británico discurren sobre todo en un alto nivel de abstracción, muy enfocados en la dinámica de un capitalismo planetario. Hay ejemplos locales y nacionales, pero no existe un análisis en profundidad de las formas de organización capitalista propias de América Latina. Sus estudios son tan abstractos que permiten una crítica radical al capitalismo como fenómeno global pero no obligan a entrar en los detalles nacionales o latinoamericanos. Esta no es una limitación menor, ya que América Latina se inserta en la globalización bajo el papel determinante de las exportaciones extractivistas, y ese tipo de especificidades no aparece claramente en Harvey. El énfasis del geógrafo está en escalas mucho mayores. ¿No estará aquí una de las razones por las cuales es citado e invitado por los gobiernos progresistas?

Es que varios progresistas hacen justamente eso, cuestionan el capitalismo internacional pero sin asumir las contradicciones en el propio capitalismo interno, o atacan al imperialismo pero casi nada dicen sobre el colonialismo interno que imponen sobre campesinos o indígenas. Los textos de Harvey encajan perfectamente con esa dualidad, ya que permiten las críticas globales (con las ventajas simbólicas que tiene su lenguaje marxista), sin exigir mucho sobre las problemáticas nacionales. Esta es una dualidad que no ha pasado desapercibida en las conferencias del geógrafo en Quito o en La Paz.

Un segundo problema es la limitada atención que Harvey brinda a la dimensión ecológica. No hay una Naturaleza local, enraizada en territorios, sino una consideración abstracta del ambiente. Esto no es sorpresivo porque este autor ha tenido muchos problemas en asumir una dimensión ambiental (por ejemplo, descree de los límites ecológicos al crecimiento económico). Pero si queremos llevar adelante una crítica latinoamericana al capitalismo, necesariamente debe incorporarse una dimensión ecológica, que incluya tanto el papel de los recursos naturales como concepciones tales como Pacha Mama, ayllu o territorios de vida. Las particularidades ecológicas de nuestra región no se repiten en ningún otro sitio. Además, las principales estrategias desarrollistas actuales descansan en una masiva extracción de recursos naturales, y por ello cualquier análisis será incompleto sino se consideran esos aspectos.

Nuevamente me pregunto si esta limitación no es una de las razones de la adhesión progresista a Harvey, ya que ofrece una vía para discursos radicales contra el capitalismo pero sin atender los debacles ecológicos locales y territorializados en cada país. Es una muleta teórica muy atractiva para un gobierno que quiera criticar, por ejemplo, a la transnacionalización de las corporaciones, pero no quiere decir nada sobre el papel de ellas, y los impactos sociales y ambientales que generan dentro de su propio país al extraer recursos naturales. (Como advertencia al lector debe reconocerse que en una de sus visitas a Quito, Harvey firmó simbólicamente una papeleta de Yasunidos para pedir una consulta ciudadana por la explotación petrolera en la zona de Yasuní, en la Amazonia ecuatoriana).

Un tercer punto se refiere a que en Harvey no se encontrará una delicada atención al mundo indígena. Su discurso está comprometido con sectores populares, por ejemplo en ciudades del hemisferio norte, pero los saberes y sentires de los pueblos originarios casi no existen. Pero es un discurso desde el saber occidental y moderno. No encuentro un lugar para el sumak kawsay ecuatoriano o el suma qamaña boliviano en el Harvey original. Una razón clave es que los modos de entender el concepto de valor son muy distintos en ese autor y en la crítica del Buen Vivir. Otra vez más asoma una buena razón para las invitaciones progresistas, porque sus ideas permiten criticar al capitalismo salteándose las demandas indígenas. Se pueden dar largas exposiciones sobre financiarizacion internacional y las asimetrías de poder alrededor del capital sin tener que repasar las voces indígenas. Esta es también una posición insostenible para el contexto latinoamericano.

Mi último punto es que las alternativas al capitalismo tienen un limitadísimo abordaje en Harvey. Parecería que cae en un pesimismo, donde el puntapié inicial de las salidas es solamente pasar del valor de cambio al valor de uso. Esto resulta muy parecido al discurso de varios gobernantes que dicen, por ejemplo, que tienen que seguir siendo extractivistas porque no hay alternativas al capitalismo global. Es muy comprensible que Harvey encuentre en los gobiernos progresistas sudamericanos un avance a las alternativas que parece soñar, ya que sin duda tienen aspectos positivos en comparación al conservadurismo de las administraciones que él ha conocido durante décadas en Europa y Estados Unidos. Pero eso no es suficiente para América Latina, ya que nuestra referencia de comparación ahora son otras. También aquí no puede evitarse sobre la conveniencia de los gobernantes de citar a Harvey, en tanto sus alternativas son tan abstractas y distantes en el tiempo que permiten seguir con las negociaciones del capitalismo actual.

Tampoco debe olvidarse que en el continente hay organizaciones ciudadanas y reflexiones que exploran alternativas mucho más sustanciales al no estar encasilladas exclusivamente con el valor de uso. El ejemplo más claro son los derechos de la Naturaleza en la Constitución de Ecuador, los que parten de reconocer a la Naturaleza como sujeto, y por lo tanto con valores propios. Aquí hay una brecha teórica enorme con la mirada de Harvey ante la que muchos se hacen los distraídos. Es que bajo el marxismo clásico de Harvey, sólo hay valor en los humanos y en su trabajo, y con ello no tendrían cabida los derechos de la Naturaleza.

Recuperar el pensamiento propio

Como puede verse en este brevísimo repaso, la obra de Harvey es buena para discutir el capitalismo globalizado, pero no obliga a abordar los impactos sociales, ambientales o económicos dentro de cada país, ni a dialogar con saberes indígenas. Es muy útil para comprender los tejes y manejes en Wall Street, pero se escurren de las manos lo que pasa en nuestra Amazonia. Es cómodo para los académicos y gobiernos progresistas citar a Harvey (y algo análogo sucede con Tony Negri), ya que les permite lanzar discursos anticapitalistas salteándose los temas espinosos, como las contradicciones alrededor del capital dentro del país. Es un tipo de análisis que les permite evitar casi todas las cuestiones urticantes de sus estrategias de desarrollo.

Como decía arriba, todo esto no es un problema con esos autores, sino que estamos ante limitaciones y contradicciones en la creación de un pensamiento propio latinoamericano. Somos nosotros, latinoamericanos, los que debemos llevar adelante esa discusión, y no esperar que la animen Harvey, Negri u otros. Esto no quiere decir que deban ser ignorados, ya que en sus escritos hay muchos aportes meritorios y útiles como contribución a nuestro propio debate. Pero es una tarea que esencialmente debe estar en nuestras manos.

El problema con el abuso de la “moda Harvey”, es que ese tipo de posturas teóricas son simpáticas, y por ello se nos hace difícil reconocerle sus limitaciones. Es una debilidad que aprovechan precisamente los que quieren acallar los debates sobre las contradicciones nacionales o los que abusan del poder académico para encauzar reflexiones. Es una moda que también refuerza ese colonialismo que busca en el “norte académico” las legitimaciones y verdades; nos atamos así a un colonialismo que es una barrera para para un pensamiento propio y para explorar alternativas sustantivas.

Para romper ese cerco colonial, una mirada crítica en clave latinoamericana siempre debe estar anclada en las circunstancias nacionales y locales (tiene que ser enraizada), debe atender las implicancias ambientales (tiene ser que ecológica), obligatoriamente debe incorporar y dialogar con los pueblos originarios (tiene que ser intercultural), y debe alumbrar ideas y prácticas de alternativas al desarrollo (tiene que romper el cerco de la Modernidad).

Distintas versiones de estas ideas se adelantaron en artículos en Animal Político de La Razón (Bolivia) y en Plan V (Ecuador). El autor es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES); twitter: @EGudynas

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